Algunos políticos ya empiezan, incluso, a usar este reclamo en sus programas de gobierno.
En las grandes ciudades, en días laborables y a las horas punta, los principales accesos a las urbes se encuentran colapsados y el tráfico es el pan de cada día; sin embargo, muchas personas que acuden a sus oficinas cada mañana a la misma hora podrían desempeñar perfectamente su trabajo desde su casa: sólo basta tener una buena conexión de internet y un ordenador en condiciones.
Es decir, al no perder tiempo en el desplazo al trabajo, los trabajadores podrían organizarse mejor para compatibilizar las obligaciones laborales con las familiares.
El descenso en el nivel de estrés producido después de tratar de llegar a tiempo de su lugar de trabajo y con la sensación de llegar tarde a todas partes, repercutirá en una mayor satisfacción personal y, sí, en una mayor productividad.
El aumento de la flexibilidad horaria o la reducción de las jornadas laborales, también se une a las ventajas que, hasta hace poco, pasaba por desapercibida: la reducción de emisiones de gases con efecto invernadero. No hay más que pensar en el panorama que ofrecen la carreteras de acceso a las ciudades de lunes a viernes y compararlo con lo que sucede los fines de semana.
Evitar los desplazamientos masivos, así como el extra de autobuses y medios de transporte públicos en los casos de las ciudades con planes de movilidad que los fomentan, es también una gran aportación en la lucha contra el cambio climático. Por lo que algunos políticos ya empiezan, incluso, a usar este reclamo en sus programas de gobierno.
Otros beneficios son el consumo de recursos y la generación de residuos; algunos estudios indican que, en los centros de trabajo, el derroche de energía y otros recursos materiales es mayor porque del recibo de la luz no es responsabilidad del trabajador, algo que sí sucede en el propio hogar.
Como recuerda Will Stronge, fundador del laboratorio de ideas británico Autonomy, en una columna publicada en el periódico The Guardian el pasado septiembre, Keynes predijo que para 2030 las jornadas laborales serían de unas 15 horas semanales. El economista argumentaba que, puesto que las tecnologías iban a ser cada vez más eficientes y productivas, el tiempo de trabajo necesario sería mucho menor, y además habría abundancia para todos.
Aunque por desgracia esta profecía parece estar lejos de cumplirse, en muchos foros se defiende esta idea en aras de un mejor equilibrio ente la vida laboral y personal. Y ahí entra de nuevo el problema del cambio climático: la realidad es que no podemos seguir permitiéndonos este ritmo de emisión de gases y cualquier recorte en emisiones es, por tanto, bienvenido.
*Con información de: Muy Interesante